domingo, 17 de julio de 1988

Autor/a: Nessie Kenobi





El repiqueteo incesante de la lluvia sobre el pavimento; el aleteo lejano de un ave.
La naturaleza entera estaba sumida en el más absoluto de los mutismos solo para escuchar aquel improvisado concerto que ella misma había creado.
El tiempo pasaba; el murmullo procedente de los árboles se unió a la sinfonía. Era un sonido relajante, una melodía abstracta que sabía a la corteza de los castaños.

De repente, un sonido rasgó la densa capa de bruma mágica que se había creado en el ambiente.
Era algo inhumano, algo estremecedor; el sonido provenía de las mismas entrañas de la Tierra, algo semejante a un lamento, a una llamada de auxilio.
Los pájaros huyeron e incluso el viento dejó de moverse; toda la Naturaleza estaba secretamente expectante.
Un agujero se abrió en el suelo y un brazo salió, tanteando la superficie. Poco a poco, comenzó a salir otro brazo, este con más dificultad; después salió una cabeza. Era un rostro pálido, rabioso; todo su rostro estaba contraído en la más grotesca de las expresiones. Su cabello era castaño, largo y revuelto, lleno de tierra por todas partes, al igual que su cara.
Se impulsó y llegó arriba; sus pies descalzos se posaron sobre la tierra.

Observó el paisaje que se extendía su alrededor.
Olisqueó el aire, el olor de los árboles.
Finalmente, tomó aire y rompió una rama de un castaño, con una fuerza inhumana.

La hora había llegado.
Aquella criatura, simplemente, se marchó.
Tenía una tarea pendiente.