viernes, 27 de junio de 2003

The Daughter of Nowhere

Título: The Daughter of Nowhere
Autora: Nessie Kenobi
Plot/Datos: Bandas, Green Day, Billie Joe Armstrong






1.






Se levantó, tarde, para no variar.

Tenía ya un buen puñado de mensajes en el teléfono, pero no se limitó a leer ni uno, total, ya sabía lo que le esperaba.

Se duchó, se vistió, volvió a acercarse a la cama, pero tan solo para besar los labios de su mujer a modo de despedida, seguramente no la volvería a ver hasta la noche, seguramente se pasaría todo el día con su banda, estrenando local de ensayo.

Cogió un libro, para matar las horas que le esperaban de viaje en el metro.
Las calles estaban mojadas, metió un pie en un charco.
Se le escapó una maldición, pero continuó andando. Ya iba bastante tarde como para detenerse por una simple mojadura en el pie derecho.
Bajó las escaleras y tomó el metro, como con monotonía, con redundancia.
Abrió el libro, ni siquiera había visto el cual era el que había tomado tan inconscientemente mientras terminaba de atarse los cordones de sus zapatillas negras.
Era El Guardián Entre el Centeno, su libro favorito, que comenzaba a saberse de memoria de tanto leerlo cuando no tenía nada que hacer, puesto que en las horas de viaje en las giras, siempre tomaba algunos libros para leer, o los compraba en el sitio en el que pararan. Pero ese libro, siempre lo llevaba consigo y lo leía al menos dos veces en toda una gira.
Se sentó e, inconscientemente, miró alrededor para encontrarse, sentado en el asiento que estaba enfrente al suyo a una chica que se encontraba leyendo el mismo libro que él, incluso era la misma edición, que era algo bastante difícil, ya que su libro era bastante viejo, mientras que hacía globos con el chicle que llevaba en la boca y retorcía un mechón de su cabello nerviosamente con el índice de su mano izquierda.
Decidió restarle importancia a ese mínimo hecho, pues últimamente era perfectamente consciente de que su mente viaja muy lejos de su cuerpo, de su lugar físico, por cualquier cosa, sin ninguna explicación, y decidió continuar con la lectura de ese libro que tan bien conocía, hasta que el metro llegó a su parada.

Bajó, prácticamente nadando entre la enorme cantidad de gente que había allí, pues tomar el metro en hora punta era casi como un suicidio, pero, sin embargo, allí estaba él, prácticamente nadando entre la muchedumbre para conseguir llegar a la hora a su puesto de trabajo, aunque sabía que ya iba, como no, con retraso, con su acostumbrado retraso. Afortunadamente, ya lo conocían, era la ventaja de llevar casi toda una vida trabajando con los mismos chicos, los que ya eran como hermanos para él, o incluso más que eso.

Llegó, se disculpó por tardar, aunque ya ni siquiera sabía por qué se molestaba en hacerlo, tal vez por educación, aunque entre ellos no tendría que haber ninguna clase de protocolo, o, simplemente, por mera costumbre de llevar haciendo lo mismo día tras día sin ningún cambio aparente.
Y a partir de ahí, tan solo se concentró en una cosa: su música. En esos momentos era cuando realmente sentía que su mente se encontraba muy, muy lejos de su cuerpo, ni siquiera era consciente de las cosas que paseaban por su mente, como si él tan solo fuera un intruso en una mente ajena. Y sin quererlo, se descubrió a si mismo pensando en aquella chica, en aquella particular y extraordinaria chica que había encontrado en el metro, que a pesar de que no había mediado ni una sola palabra con ella, ni una sola mirada, ni siquiera la había contemplado más de diez minutos, supo que era especial. Era tal vez como un presentimiento interno, tal vez era por su aspecto, puesto que la mayoría de las chicas como ella no solían vestir así, como estaba ella, tan concentrada en la lectura de su libro que, curiosamente, era igual al de él.

Recordó su cabello, negro, corto, rebelde, desordenado, pero a la vez, tan brillante, tan envidiable. Recordó sus pantalones negros, rotos, que acompañaba con unas zapatillas de color rojo, al igual que el abrigo que llevaba, en el que se acomodaba un poco más por momentos, tampoco es que el metro fuera demasiado caluroso precisamente, aunque a él le pareció que la temperatura era ideal. También llegó a su mente el rojo de sus labios, el azul de sus ojos, que aunque no había tenido el placer de tropezar con su mirada, le parecieron fantásticos, ávidos de curiosidad...le parecieron unos ojos en los que poder perderse...

jueves, 26 de junio de 2003

The Daughter of Nowhere.

2.







- ¡Billie!

Se obligó a si mismo a volver a la Tierra de golpe. Ni siquiera sabía por qué demonios estaba pensando en ella, si no era más que una chica cualquiera que había visto en el metro, pero que, inexplicablemente, no salía de su cabeza.


- ¿Ocurre algo? - dijo, como si hubiera estado presente la anterior media hora.
- Sabes que sí, no estabas prestando atención a nada de nuevo, ¿verdad? - desvió la vista, como contestando de este modo a la pregunta. Ellos dos lo sabían perfectamente, últimamente estaba en cualquier lado menos en la realidad que se desenvolvía su alrededor. Incluso pensaba en personas a las que solo había visto una sola vez en su vida.
- Oye...sabes que no es necesario que estés aquí, si quieres, pues nos tomamos un descanso y volvemos cuando estés dispuesto a ello, no hay problema.
- Lo sé...pero no quiero dejarlo, me niego. Últimamente no sé lo que me pasa, pero todo volverá a la normalidad, lo prometo. Por el momento, darme tiempo. - Les dio la espalda, dispuesto a volver a comenzar a tocar, y tanto Mike como Tré no dijeron nada más al respecto, si no que se limitaron a volver a tocar.

Se obligó a si mismo a concentrarse en lo que estaba haciendo, se obligó a si mismo a dejar de pensar en una chica que seguramente no volvería a ver nunca, y que no había interferido en ningún momento en su vida. Se obligó a pensar en su música, pero se dio cuenta de que le era casi completamente imposible. Si no era por esa chica, era por cualquier cosa. Realmente le pasaba algo, pero ni él mismo lo sabía.


**

Por el contrario, ella siempre había vivido en su propio mundo, aunque bien agarrada a la realidad que la rodeaba. Vivía encerrada en su propio mundo que se encontraba dentro de nuestra realidad. Jamás podrías encontrarla dentro de sus propios pensamientos sin ninguna vigilia del mundo exterior.

Ella, realmente, era una chica singular.

Era rebelde, aunque podía llegar a ser demasiado persuasiva. No confiaba en nadie, tan solo en ella misma, y a veces, hasta llegaba a dudarlo. No tenía amigos, vivía sola, tan solo con su propia compañía, con su sombra, con aquellos problemas que tanto atosigaban su cabeza.

Todos los días, ella seguía la misma rutina: se levantaba, se duchaba, se tomaba un largo tiempo tras eso para elegir la ropa que se pondría ese día, aunque casi siempre acababa eligiendo modelos semejantes, como, por ejemplo, pantalones rotos, camisetas simples, abrigos de cuero o de colores oscuros; se vestía, se secaba el pelo con una simple toalla aunque siempre le quedaba completamente mojado, tomaba un libro, una revista o su reproductor MP3, lo que se le antojara ese día y bajaba para llegar al Starbucks que se encontraba bajo su modesto apartamento para comprar un café para llevar.

Ese día, como no, había seguido la misma rutina.
Tras eso, llegó al metro. Estudiaba en un conservatorio, llegaría tarde, se había retrasado media hora en su rutina. Encontró asiento en el metro, y se sentó mientras profería un suspiro de agotamiento. Últimamente, nunca paraba. Tenía falta de sueño, aunque sabía ocultar demasiado bien sus ojeras que día tras día se hacían más profundas, al igual que su rostro marcado por el cansancio.
Ese día, había llevado su libro favorito para leer mientras viajaba en el metro. El Guardián Entre el Centeno, como no. Ese libro la ayudaría a evadirse del mundo, aunque casi se lo sabía de memoria. Era una de sus propiedades más antiguas y queridas, se lo había regalado su madre antes de morirse. Un detalle a destacar en ella, como no, era huérfana. Ni siquiera recordaba a su padre, y de su madre...tan solo tenía vagos recuerdos. Entre ellos se encontraba uno de los momentos más emotivos, escondido entre las páginas de ese libro.

miércoles, 25 de junio de 2003

The Daughter of Nowhere.

3.






Mientras leía, se acordó, inconscientemente, de ese momento. Ella, al lado de la cama de su madre. Era una mujer joven, pero llevaba acaecida por una enfermedad desde muy temprana edad. Estaba consumida, parecía una mujer mucho mayor de lo que realmente era, aunque sus ojos reflejaran una juventud que poco a poco, se iba apagando.
Le cedió el libro justo en ese momento, en ese tranquilo momento.
Tras eso, le pidió que la besara. Ella lo hizo, obediente, mientras que las lágrimas acudían a sus ojos y, tras eso, murió. Murió, y una parte de ella misma, escapó con su madre.

Tal vez, sus ganas de vivir.

Hizo un globo con el chicle, que explotó haciendo un estruendoso ruido.
Levantó la vista solo un momento, para encontrarse con un hombre tal vez de su misma edad, que leía el mismo libro que ella, incluso de la misma forma que lo hacía ella. No pudo evitar sonreír.
Él le resultaba tremendamente conocido, pero no sabía por qué. Recordaba vagamente haberlo visto en algún lugar, no que lo conociera realmente, aunque, si fuera alguien famoso, le parecía increíble que pasara desapercibido tan bien en un metro público.

Mientras lo observaba sin que nadie se diera cuenta y al mismo tiempo pensaba, el metro, paró. Había llegado a su destino.
Se levantó, cuando pudo ver, casi sin darse cuenta, que aquel chico también se había levantado.
Y entonces se dio cuenta de quién era realmente.
Billie Joe, cantante de Green Day.
Era mayor que ella, sin duda, aunque en un principio había pensado que tal vez tuviera su misma edad, antes de darse cuenta de quién era realmente. Él parecía menor de lo que era, y ella, por el contrario, parecía bastante mayor en comparación con la edad que realmente tenía. No pudo evitar volver a sonreír. No es que Green Day le gustara especialmente, pero no esperaba encontrarse con alguien como él en un sitio como ese, y más, leyendo exactamente el mismo libro que ella.
Lo miró una vez más y, finalmente, salió de ese asqueroso metro para dirigirse al conservatorio.

**

Finalmente, decidió dejar el ensayo por ese día. Definitivamente, hoy no estaba de humor para nada, ni siquiera para su amada música.
Salió del ensayo entre enfadado y frustrado consigo mismo, no entendía que demonios le estaba pasando, no entendía nada de nada, ni siquiera de lo que pasaba justo delante de sus malditas narices.

Metió sus manos en los bolsillos, la verdad es que hacía bastante frío, y su frustración no le ayudaba en absoluto.
Se limitó a andar sin casi pensar, sin rumbo, tan solo, andar. En cierto momento encendió un cigarrillo, lo necesitaba, al igual que necesitaba un café.
Encontró una cafetería y decidió entrar a tomar algo, comenzaba a hacer todavía más frío del que hacía en un principio, y eso comenzaba a hacerse insoportable.

Pidió un café bien cargado y caliente, mientras que apagaba el segundo cigarrillo del día en un cenicero. El café apenas tardó, mientras que el volvió a dedicarse a la lectura de su libro, puesto que no lo había acabado en el metro, aunque sabía perfectamente como acababa, al igual que como empezaba.
Dejó el libro a un lado en cuánto le llegó el café y suspiró tan solo una vez. Su vida estaba comenzando a carecer de todo su sentido. Todos los días lo mismo, incluyendo que ahora no estaba presente en casi ninguna de sus acciones inexplicablemente, sin contar que casi no tenía tiempo para estar con su mujer y que por mucho que la amara, pensaba muy poco en ella, pues su caprichosa mente se dedicaba mejor en pensar en chicas a las que tan solo había visto una vez en su vida, y que, seguramente, seguiría siendo así. No podía concentrarse siquiera en lo que realmente le gustaba, lo que realmente amaba más que todas las cosas, su música. No podía explicarse como se evadía de todo tan fácilmente, cuando antes le costaba perder la atención a esas pequeñas cosas que formaban su vida.

Dio un sorbo a su café. Decidió dejar de pensar en todo eso, incluso intentó vaciar su mente y, por una vez, funcionó. Pero no por demasiado tiempo.

Ella pasó por delante de la cafetería, a paso rápido, constante.
Él no lo pudo evitarlo. Se levantó y salió de allí, tan solo para poder verla una vez más. Se sintió estúpido por un momento, pero al instante, volvió a dejar su mente completamente en blanco.
Tan solo quería saber quién era ella, tan solo quería saber por qué se estaba volviendo completamente loco por ella, o al menos, esa era la verdadera conclusión que había sacado durante el tiempo que estuvo en la cafetería, con su cabeza dando vueltas una y otra vez sin darse ni siquiera cuenta de lo que estaba haciendo.

Anduvo como unas dos manzanas tras ella, hasta que la perdió de vista.
Soltó una maldición y la buscó por un cuarto de hora más, pero sin resultado.

Finalmente, decidió desistir.

Comenzó a andar para volver a coger el metro de vuelta a casa, mientras que por una vez en mucho tiempo, se sentía que estaba con los pies pegados a la Tierra, y que debía tomar una gran determinación en su vida para que todo comenzara a cambiar para mejor de una vez por todas.

martes, 24 de junio de 2003

The Daughter of Nowhere.

4.






**

Vale, para empezar, odio toda esa clase de historias dónde la persona que la cuenta no tiene nada que ver con ella, ni siquiera tienes la menor idea de quién está contado la historia, tan solo tienes la vaga idea de que esa voz lo sabe todo sobre los personajes mencionados en dicha historia. Siento decirlo, pero en estos casos, prefiero las historias dónde su protagonista hable de si misma y cuente sus propios hechos, no algo tan impersonal como esas mierdas. Por eso, he decidido contar yo esta historia de forma correcta.
Supongo que para empezar, me presentaré.
Me llamo Stefani, un nombre que no es demasiado común por estos parajes, pero vamos, que tampoco me desagrada, y la verdad es que es algo un poco increíble. La verdad es que reconozco que no me parezco a nadie que haya visto antes, y lo digo en cuanto mi carácter y en cuánto mi estilo a la hora de vestir, de decorar cualquiera de las estancias de mi casa o cosas por el estilo.

Una cosa que debes de saber de mi es, que odio la gente.
Eso no quiere decir que no me relacione con nadie, que la verdad es que lo hago bien poco, el caso es que soy muy selecta a la hora de elegir a la gente a la que me acerco. Mi psicóloga me dijo cierta vez – cuando todavía iba a una psicóloga, poco tiempo después de haberme quedado completamente huérfana, pues pensaban que me habría creado un trauma o algo por el estilo – que tal vez tenía un complejo de superioridad o un problema que me venía del pasado, pero lo que no es capaz de procesar en su cerebro es que no es por nada de eso, simplemente yo soy así.
Otra cosa que tampoco soporto es la sociedad en la que vivimos hoy en día, aquella en la que te ven mal por cualquier cosa que no sea igual a la del resto. No sé, seguramente no soy la única persona del globo que opina eso, pero bueno...seguimos siendo una minoría a la que jamás escucharán, aunque bueno, me alegro de ser una minoría, supongo que somos las únicas personas que usan completamente su cerebro, que saben tomar sus propias decisiones. Esto es tan solo una especie de resumen de mi forma de ver la vida, pero creo que una persona nunca podrá ver las cosas completamente igual a lo que lo hace otra, y viceversa. Creo que todas las personas somos completamente distintas en cualquier aspecto que nos planteemos. En fin, que nada de esto tiene que ver con esta historia, pero tan solo me sentí en la necesidad de dejarlo claro, pues como ya he dicho, soy muy distinta al resto de la gente que vive conmigo en esta horrible ciudad. O al menos, que ocupan un espacio cercano al mío.

Como creo que ya ha quedado claro desde un principio, acudo a un conservatorio con frecuencia, pero quiero dejar claro que esto no es lo único que hago. Trabajo como dependienta en una tienda de música. Vale, sé que es una m!erda de empleo, pero a mi me viene mejor que nada. Es difícil encontrar trabajo en una ciudad como la mía, al menos, si ni siquiera has acabado los estudios secundarios, como en mi caso; desistí después de haber caído en depresión tras haberlo dejado con el primer novio que tuve en mi vida, justo cuando estaba a punto de acabar la secundaria. Ya no es la primera vez que me dicen que es una idiotez dejar los estudios cuando solo me quedaba un maldito año para acabarlos, aparte de que yo era bastante buena a la hora de presentarme a los exámenes, pues la verdad es que en mis ratos libres no tenía mucho más que hacer. Pero simplemente, me bloqueé, no pude seguir haciendo nada más con mi vida, y cuando me sentí capaz, ni tenía las mismas ganas ni el mismo tiempo que había tenido antes, así que tomé la primera oferta de trabajo que me ofrecieron, y tuve suerte de que mi trabajo tiene algo que ver con mi verdadera pasión en este mundo, la música.

Centrándome ya realmente en lo importante de todo esto, empezaré a contar todo poco tiempo después de mi primer encuentro con Billie Joe, que, aunque para mi no tuviera la más mínima importancia, pues tan solo me limité a seguir mi camino sin ni siquiera dedicarle más de tres minutos en mi cerebro a tan singular encuentro al que yo le resté importancia, más tarde descubrí que para él había sido de bastante importancia. Que sin quererlo, había puesto su fijación en mi, sin ni siquiera poderlo explicar. Sin ni siquiera saber por qué, sabía que estaba enamorado, sí, de mi. Pero, obviamente, esto no lo sabría hasta más tarde.

Ese día me había levantado y tomado el metro como siempre, sentándome en el sitio dónde había encontrado a Billie Joe hacía tan solo dos semanas, aunque esta vez, no me encontré con nadie.
Llegué a la ciudad, pero antes de ir a la tienda en la que trabajaba, paré a comprar una revista para leer en las horas muertas. Cogí la primera que vi, sin fijarme ni siquiera en cuál era o en su portada, total, no me interesaba ninguna de la basura que había ahí escrita, no sé ni siquiera por qué la compraba, pero en fin.

lunes, 23 de junio de 2003

The Daughter of Nowhere.

5.







Llegué a la tienda, a la hora exacta en la que comenzaba mi turno y, milagrosamente, me encontré con la tienda completamente vacía. Dejé escapar un suspiro y me dediqué a leer la revista, ni siquiera me fijé en la noticia que ocupaba la portada de la revista, que hablaba del reciente divorcio de Billie Joe. Claro, eso no lo sabría yo hasta más tarde, de momento, ni siquiera me preocupaba por él.
Alguien entró en la tienda, pero yo ni siquiera levanté la vista de la revista, ya tendría tiempo de verlo cuando se dirigiera a caja. Mientras tanto, podía hacer lo que le diera la gana, que no tenía pensado desviar mi vista a él.
Al cabo de un rato, se acercó, por lo que no me quedó más remedio que levantar la vista. Y allí estaba. Sí, ni más ni menos que Billie Joe Armstrong, delante de mis narices. En cuánto me vio, como no, no se limitó a sonreír o quedarse callado, como hacía el resto de los clientes, si no, que como no había nadie más esperando y no tenía prisa, se dedicó a hablar conmigo.

- ¿Nos vimos el otro día en el metro, verdad? - Como se le iba a olvidar, si más tarde descubriría que ese mero hecho había estado rondando por su cabeza durante días y días.
- No lo recuerdo, la verdad. - Intenté hacerme la ignorante, era lo que siempre me funcionaba cuando quería evadir un tema.
- Estabas leyendo El Guardián Entre el Centeno, exactamente el mismo libro que estaba leyendo yo – sonrió, y ahora sí que no pude evitar mirarlo fijamente. Tenía una sonrisa realmente cautivadora, aunque claro, nunca antes me había dado cuenta. - ¿Cómo te llamas?
- Stefani.
- Bonito nombre. Yo soy Billie Joe.
- Creo que ya lo sé. - Esta vez sonreí yo. Como para no saber quién era él, cuando todo el mundo estaba hablando de él.
- Bueno, siempre está bien guardar las formalidades – añadió con una sonrisa.
- Conmigo no tienes por qué hacer eso, no sigo ninguna clase de formalidad con nadie, tan solo me llega con decir y que me digan lo que pienso o piensan.
- Es lo que debería hacer todo el mundo...pero no tenía pensando empezar con mal pie esta conversación. - Le sonreí, en verdad comenzaba a caerme bien, y eso que era algo extraño que alguien lo hiciera.
- Entonces, te perdono. - Reí, por primera vez en bastante tiempo, francamente.
- ¿Hasta cuando trabajas aquí?
- Ahora mismo tengo que trabajar tres horas más aquí, después tengo descanso.
- ¿Te importaría que siguiéramos esta conversación más tarde, en otro lugar?
- ¿Por qué no? No todos los días se conoce a alguien que comparta mis gustos por un libro como El Guardián Entre el Centeno – me sonrió una vez más.
- Puedo pasarme por aquí dentro de tres horas.
- Perfecto.
- Pues hasta luego, entonces.
Me despedí de él mientras pensaba que era la primera persona en semanas que me dirigía la palabra sin tener la obligación de hacerlo, al igual que jamás había visto a un hombre tan directo como él. También me preguntaba como había cedido con tanta facilidad, pero no me había visto capaz de responderle otra cosa.
Finalmente, decidí no pensar en ello y afrontar lo que yo misma había decidido para mí.

**

Tal y como había prometido, allí estaba tres horas más tarde. Incluso barajé la posibilidad de que olvidara nuestra cita, pero no fue así, y ni siquiera supe si para mi propio bien o si para mi propio mal, al menos, por aquel entonces.

Me llevó hasta un café, y a partir de ahí, comenzamos a hablar, en nada concretamente. Después de una media hora hablando sin parar, me dí cuenta de que él pensaba como yo en casi todos los temas de los que hablamos, y creo que era la primera vez en mi vida en la que me ocurría algo semejante.
- Eres una chica muy particular – me dijo, de pronto, cortando el hilo de mis pensamientos.
- Créeme, no es la primera vez que me lo dicen. - Reí. - No suelo ser así con todo el mundo, por lo general, no le hablo a nadie.
- ¿Por qué? - me atravesó con ese par de ojos verdes tan increíbles que tenía.
- No lo sé ni yo...supongo que es porque francamente no me gusta rodearme de gente, es algo que siento desde pequeña y no sé explicar – bajé la vista a la taza de café que había pedido.
- Bueno...es algo bastante normal, aunque parezca mentira. Es más, no es la primera vez que a mi me pasa algo así, pero bueno...lo mío ha sido por etapas, que es algo más frecuente. Aunque viéndolo desde otra perspectiva...está bien lo que haces, yo no me juntaría con la mitad de las personas con las que tengo que encontrarme todos los días en mi trabajo – sonrió, aunque noté que su sonrisa no era feliz.
- Hay algo que te preocupa, ¿verdad?

domingo, 22 de junio de 2003

The Daughter of Nowhere.

6.






Me miró, se quedó callado.
- No es precisamente eso...
Comenzó a hablar de su vida, aunque realmente no quería hacerlo. Me contó que no sabía lo que pasaba consigo mismo, que no se sentía la misma persona que hacía dos, tres meses.
Continuamos hablando, comprendiéndonos mutuamente durante casi toda la tarde, hasta que le dije que me tenía que ir, pues perdería el metro.
- Puedo llevarte, he traído mi coche.
- No hace falta, pero gracias de todos modos – me levanté, dispuesta a irme, y él hizo lo mismo.
Me lo pidió una vez más. No, no fui capaz de decirle que no.
Me llevó hasta su coche, hasta su increíble coche. Por detalles como esos, volvía a la realidad, me daba cuenta de que estaba con Billie Joe, no con alguien cualquiera. No es que eso me importaba, si francamente, me daba igual, puesto que Green Day tampoco había sido mi fuerte, pero sabía que a los demás sí que les importaría. Sabía que yo podría involucrarme en temas que no me importaban por el mero hecho de verme con Billie Joe, aunque solo fuera una simple vez. Pero por el momento, decidí dejarlo pasar, total, dudaba que una tarde como esa se volviera a repetir. Qué equivocada estaba.

Me dejó frente a mi casa. Se lo agradecí, y justo cuando me disponía a salir del coche, me invitó a volver a quedar, y como no, yo le dije que sí como una completa idiota. No sabía por qué, pero él tenía ese “algo” que me cautivaba, que hacía que mi fuerte personalidad se desvaneciera como si nunca hubiera estado allí. Entré en casa llamándome imbécil, por mucho que supiera que una parte de mi, bastante en el interior, estaba comenzando a sentirse feliz, como no se había sentido... ¿nunca?

**

Desde ese día, algo cambió en mi vida. Al menos, cambió mi rutina diaria.
Terminaba mi turno en la tienda y quedaba con él, que ya me estaba esperando fuera, apoyado en su coche, algunas veces fumando un cigarrillo, otras veces simplemente mirando a un punto del horizonte cualquiera, incluso mirando con impaciencia la puerta de la tienda, pero lo que contaba, es que siempre estaba allí. Me llevaba a un café, incluso a veces a un parque en el que nos sentábamos en un banco a fumar, o tan solo a charlar, pero lo que estaba claro es que desde aquel día, Billie Joe se convirtió en una compañía indispensable para mí, tal vez la única que había tenido en mi vida.
Ahora que lo pienso fríamente, creo que la única persona con la que me he llevado en algún momento de mi vida bien, ha sido mi hermano. Sí, tengo un hermano. No sé que ha sido de él, y tampoco me importa. Él se hizo cargo de mí cuando mi madre cayó enferma, ya que no podía hacerse cargo de mí y yo todavía era demasiado pequeña como para poseer mi propia independencia. Realmente, le odiaba. Era frío conmigo, no me hablaba más que para lo indispensable y en contadas ocasiones me hacía sentir peor que una mierda, echándome en cara que era una carga tanto para él como para mi propia madre. Era realmente horrible, yo siempre terminaba sintiéndome mal por su maldita culpa. Muchas veces me gustaba imaginarme a mi misma gritándole, diciéndole todas esas cosas horribles que se pasaban por mi infantil cabeza y que tenían que ver sobre él, pero jamás fui capaz de hacerlo. Tal vez era que aunque siempre hiciera lo mismo, él siempre se acababa dando cuenta de que había cometido un gran error. Entonces se agachaba a mi lado, besaba mi frente e incluso llegaba a darme caramelos en contadas ocasiones, se convertía en ese amigo que jamás tuve, se convertía en ese tipo al que adoraba, en ese tipo tan increíblemente sincero, bueno, tan amigo mío como lo era en esos momentos Billie. Pero claramente, era todo una ilusión, él no era de esa clase de personas ni por asomo, pero era tan real cuando me miraba con esos ojos verdes tan impresionantes que tenía, tan sinceros, tan transparentes...y que me recordaban tanto a los de Billie. Creo que por eso nunca fui capaz de decirle que no a nada, al menos, en un principio. Llámenlo trauma infantil, llámenlo como les venga en gana, pero en ocasiones creía que tan solo era por eso, por ese recuerdo del pasado tan increíblemente familiar. Spencer había sido horrible conmigo, pero en momentos como ese, llegaba a amarlo como el hermano que era, a tratarlo como el único ser humano con el que me había llevado bien hasta el momento en toda mi vida, aunque media hora más tarde estuviera odiándolo con todo mi ser. A veces incluso me culpaba a mi misma de ser tan incrédula, tan estúpida, pero cuando lo pienso ahora me doy cuenta de que no era culpa mía, tan solo era una niña pequeña, casi no había maldad en mi. Todavía era inocente. Al menos, todavía.

Ahora ni siquiera sabía lo que era.