Tú Soledad, que siempre estás
presente,
siempre estás ahí, soportando mis pecados,
apoyada en mi
frente, llorando a mi lado,
sin abandonarme por nada del
mundo.
Tú Soledad, que navegas junto a mí,
rumbo al país donde los sueños son verdades
y las mentiras no
tienen consecuencia alguna,
y puede ser charco más que laguna por
donde nuestros corazones van,
perdiéndose más allá del horizonte,
sin sentido ni dirección,
arrastrados por la corriente de la
ablución.
Tú Soledad, que cuando estoy mal me
acompañas en mi sufrimiento,
y cuando me falta el aliento tú me lo
das,
sin pensarlo ni un minuto,
resultado de un fruto del árbol de
la pasión,
que tú y yo cultivamos en el jardín del olvido,
donde
todo es liso y fresco,
como la brisa que recorre mi alma en los duros
meses de primavera.
Tú Soledad, que siempre me escuchas y
todo lo entiendes,
y no me dices nada, siempre estás callada,
no
rechistas ni protestas, ni me insultas ni me hieres,
por eso sé que
me quieres y que nunca me abandonarás.
Y no lo olvides jamás, yo
también te quiero Soledad.
Y con este poema creo y podría apostar
dinero,
a que habréis juzgado a mi eterna Soledad,
pensado que es mi
novia.
Pero lo que en realidad ha pasado,
es que sin quererlo pero
queriendo, me he equivocado,
y me he estado comiendo el artículo La.