5.
El
silencio de la mañana lo había despertado. La luz entraba dentro de
la tienda, al igual que el frío. Dom se abrazó a sí mismo y dejó
escapar un quejido; además de estar helado, su cabeza parecía a
punto de explotar. Se estaba preguntando cuánto habría bebido la
noche anterior – lo que era absurdo porque no podría contestarse
ni aunque estuviese toda su existencia pensándolo -, cuando se dio
cuenta de qué era lo que allí echaba en falta: Matt.
Recordaba
vagamente estar acostado a su lado, pero estaba seguro de que era
demasiado temprano como para que Matt estuviese vagando por ahí como
el alma en pena que solía ser. Tampoco era demasiado racional: no
recordaba nada de la noche anterior y, en esos momentos, sentía su
cabeza como si alguien se la hubiese abierto y se la hubiera llenado
de chinchetas, agitándola para que saltasen dentro, provocándole
agudas punzadas.
A
pesar de todo, se incorporó, cogió una manta y se abrigó para ir
en busca de su amigo; Dom sabía lo autodestructivo que podía llegar
a ser Matt cuando estaba solo.
Allí
estaba de nuevo, como la tarde anterior, solo que esta vez estaba
sentado, sus pies suspendidos sobre el abrumador vacío. Hacía mucho
frío, pero él solo llevaba una holgada camisa azul marino como
prenda de abrigo. Volvía a preguntarse como sería la sensación de
estar cayendo para morir, viendo toda tu vida pasar ante ti, cayendo
contigo por el precipicio, como si jamás hubiera existido, para
luego dejar de sentir para siempre; los ojos cerrados, el viento en
la cara y en el pelo, como una extraña amante. Era curioso el hecho
de que pensar en todo eso le proporcionaba una paz interior sin
precedentes, como si ya fuera premonitorio.
Tan
enfrascado estaba en sus propios pensamientos que no se percató de
la llegada de su rubio e incombustible amigo. Dom se sentó a su lado
sin decir nada; como Matt no hacía más que temblar, le echó la
manta sobre los hombros, por lo que Matt al fin se percató de su
presencia.
-
¿Qué, rompiendo promesas?
-
Nunca puedo dejar de pensar. ¿Qué tal estás después de la noche
de ayer?
-
Bueno, no te voy a engañar, he tenido días mucho mejores.
- ¿Y
recuerdas algo de lo que pasó ayer?
- No,
¿debería?
- Ah,
no, solo era curiosidad, nada más. - Miró al horizonte tratando de
parecer despreocupado, lo cual se le daba terriblemente mal. Una
especie de ansiedad se transmitía y reflejaba por todo su cuerpo. -
Yo también bebí demasiado como para recordar algo – mintió.
- Así
me gusta, Mattie. - Dom sonreía enseñando dos hileras de dientes
muy blancos y muy rectos, mientras que le llamaba por ese diminutivo
de su nombre que Matt solo dejaba usar a Dom.
Matt
se tapó mejor con la manta y se pegó más a Dom, el cual en
comparación con su amigo estaba ardiendo.
-
Maldita sea, si alguna vez soy rico, me iré a vivir al Caribe.
-
Bueno, es una gran excusa para beber y compartir calor...ya me
entiendes. - Lo cierto es que Matt preferiría no haber tenido que
entenderlo nunca, al menos no como la noche anterior. - Aunque bueno,
supongo que el Caribe tendrá sus ventajas, pero yo me quedo con el
norte. El clima británico es monótono y puede llegar a aburrir,
pero me gusta. Tal vez es que estoy acostumbrado, ya sabes que la
cabra tira al monte, pero lo que quiero decir con todo esto es que no
me importaría ir a hacerte una visita al Caribe de vez en cuando. -
Dom rió su propio chiste, al ver que su amigo seguía con la misma
expresión de inexplicable infelicidad de siempre. Escuchar una risa,
aunque fuese la propia, le quitaba bastante hierro al asunto real, al
menos a su parecer.
-
Dom, ¿alguna vez has pensado en morir?
Dom
miró a su amigo fijamente. Sopesó si merecía la pena contestar,
ponerse serio para variar y unirse a Matt en su inagotable valle de
lágrimas. Finalmente, y llenando sus pulmones de oxígeno antes de
hablar, contestó.
- Sí,
de hecho con más frecuencia de la que me gustaría. Después creo
una balanza mental: qué tengo a favor de la vida y qué tengo a
favor de la muerte. ¿Y sabes qué? Aunque a veces sea por poco, la
muerte no ha ganado jamás. - Esta vez su sonrisa fue triste, irónica
tal vez. - Comencé a pensar esto cuando me sentía tan triste que no
podía ni llorar. Escucha bien esto, porque siempre te dirá la
verdad sobre la gente: cuanto más se ríe alguien, más destrozado
está por dentro.
Matt
le veía sin creerse lo que acababa de oír. En todos esos años,
jamás se habría imaginado a Dom diciendo algo así; era casi
surrealista. Después pensaba en la noche anterior y se daba cuenta
de que en aquellos momentos era capaz de esperar cualquier cosa.
Ahora que lo pensaba fríamente, su primer beso se lo había dado su
mejor amigo, pero a pesar de no ser algo encontraba deseable, tampoco
le repugnaba pensarlo. Matt jamás había tenido un sentimiento tan
contradictorio, y que además, en vez de confundirlo, le creaba un
preludio en el medio de su tormenta de pensamientos particular.
-
¿Crees que algún día las cosas cambiarán para todos nosotros?
¿Crees que algún día podremos salir de aquí?
-
¿Por qué lo preguntas?
-
Porque me estoy ahogando aquí, y creo que como esto no cambie
pronto, yo también comenzaré a reír. Mucho y a carcajadas.
-
¿Sabes qué? Tú lo que necesitas es divertirte.
- Oh,
vamos, no empieces otra vez.
- Ya
lo creo que sí. Matthew, te sacarás de este agujero tú solito.
Tendremos al mundo entero a nuestros pies y nos reiremos de todos
ellos; podrás ir a donde quieras, el mundo se te va a quedar
pequeño. Pero claro, hay que empezar por el principio. Matt, quiero
formar una banda, y quiero que tú seas mi cantante.
Matt
lo veía incluso más impresionado que segundos antes. ¿Qué iba a
hacer él en una banda? Dom vio la pregunta en su cara incluso antes
de que se la hiciera.
-
Cantar y tocar, claro. En serio, Matt, creo que tú podrías hacer
todo lo que te diera la gana. Solo necesitas enseñarle tu talento al
mundo. Sé que al principio te costará, pero lo harás sin
problemas. Bueno, ¿qué me dices?