jueves, 14 de julio de 1994

Huellas de un fénix.

Autor/a: Tony Crow






Llegó allí sintiendo que acababa de arrastrarse a través de todo el lodo y la mierda que la vida había estado tirándole desde que tenía memoria y él sumisamente había ignorado, creyendo que así tarde o temprano terminaría desapareciendo. Ni siquiera sabía por qué había decidido sumergirse en aquella aventura solitaria, ni si merecería la pena...
El viaje en coche había sido tranquilo, diría un espectador cualquiera que hubiese visto la escena desde lejos, pero el torbellino de pensamientos y sentimientos que escondía su rostro contrastaba con la quietud del mismo. Toda la presión que había acumulado durante tanto tiempo, por fin le había superado, pero no de manera violenta, con gritos y golpes, sino más bien como si un vaso de veneno se hubiese agrietado y gotease lentamente pero sin pausa en su mente. Las últimas semanas sin duda eran la causa de esas grietas: primero gran agitación, sin tiempo siquiera para pensar, para súbitamente convertirse en una quietud glacial con la llegada de las vacaciones invernales y la soledad que estas suponían, con un agotamiento físico que le impedía evadir las constantes dudas y preocupaciones que había estado acumulando. Simplemente esperó a que un día dejase de nevar, cogió la pistola que ya ni siquiera recordaba de dónde la había sacado y se dirigió a aquel bosque que tanto le tentaba. Si ha de ser mi fin, al menos quiero contemplar la silenciosa belleza de la naturaleza por última vez, murmuraba.
Debían de ser las dos o tres de la madrugada cuando llegó, aunque tampoco se había molestado en ver la hora ni en traer su desgastado reloj de pulsera, sólo sabía que apenas alcanzaba a ver el suelo a cinco metros de distancia, y este era totalmente blanco, por lo que de poco servía. Comenzó a andar despacio, pistola en mano, contemplando tranquilamente los árboles, hasta que dejó de pensar más allá de ellos, de la nieve y de la noche. La angustia, el dolor y el desconcierto desaparecieron totalmente en aquel lapso de tiempo indefinido, que deseaba que fuese eterno.
Finalmente, el bosque desembocando en un importante desnivel, y otra eternidad pasó allí de pié ante el inesperado paisaje que le recibió. Los helados árboles que se extendían hasta el infinito, las montañas blanquecinas inamovibles a lo lejos, el sol que comenzaba a extender una mancha rojiza por el cielo... Todo parecía haber sido minuciosamente preparado para crear la mayor maravilla que jamás había descubierto. Cuando el sol ya había superado la línea del horizonte, volvió en sí, y miró detenidamente el arma que había estado sosteniendo las últimas horas. Sin dudar, la arrojó al vacío y dio media vuelta, retomando el camino a la vida que había dejado atrás por una noche, si bien esta no había cambiado un ápice, su alma se había renovado y había resurgido de sus cenizas, dispuesta a afrontar sin flaquear todos los peligros que hiciesen falta y más.
Poco después, la nieve volvió a caer, borrando las huellas de la muerte y resurrección de un fénix que por una noche se maravilló ante la grandeza del hielo.