jueves, 26 de junio de 2003

The Daughter of Nowhere.

2.







- ¡Billie!

Se obligó a si mismo a volver a la Tierra de golpe. Ni siquiera sabía por qué demonios estaba pensando en ella, si no era más que una chica cualquiera que había visto en el metro, pero que, inexplicablemente, no salía de su cabeza.


- ¿Ocurre algo? - dijo, como si hubiera estado presente la anterior media hora.
- Sabes que sí, no estabas prestando atención a nada de nuevo, ¿verdad? - desvió la vista, como contestando de este modo a la pregunta. Ellos dos lo sabían perfectamente, últimamente estaba en cualquier lado menos en la realidad que se desenvolvía su alrededor. Incluso pensaba en personas a las que solo había visto una sola vez en su vida.
- Oye...sabes que no es necesario que estés aquí, si quieres, pues nos tomamos un descanso y volvemos cuando estés dispuesto a ello, no hay problema.
- Lo sé...pero no quiero dejarlo, me niego. Últimamente no sé lo que me pasa, pero todo volverá a la normalidad, lo prometo. Por el momento, darme tiempo. - Les dio la espalda, dispuesto a volver a comenzar a tocar, y tanto Mike como Tré no dijeron nada más al respecto, si no que se limitaron a volver a tocar.

Se obligó a si mismo a concentrarse en lo que estaba haciendo, se obligó a si mismo a dejar de pensar en una chica que seguramente no volvería a ver nunca, y que no había interferido en ningún momento en su vida. Se obligó a pensar en su música, pero se dio cuenta de que le era casi completamente imposible. Si no era por esa chica, era por cualquier cosa. Realmente le pasaba algo, pero ni él mismo lo sabía.


**

Por el contrario, ella siempre había vivido en su propio mundo, aunque bien agarrada a la realidad que la rodeaba. Vivía encerrada en su propio mundo que se encontraba dentro de nuestra realidad. Jamás podrías encontrarla dentro de sus propios pensamientos sin ninguna vigilia del mundo exterior.

Ella, realmente, era una chica singular.

Era rebelde, aunque podía llegar a ser demasiado persuasiva. No confiaba en nadie, tan solo en ella misma, y a veces, hasta llegaba a dudarlo. No tenía amigos, vivía sola, tan solo con su propia compañía, con su sombra, con aquellos problemas que tanto atosigaban su cabeza.

Todos los días, ella seguía la misma rutina: se levantaba, se duchaba, se tomaba un largo tiempo tras eso para elegir la ropa que se pondría ese día, aunque casi siempre acababa eligiendo modelos semejantes, como, por ejemplo, pantalones rotos, camisetas simples, abrigos de cuero o de colores oscuros; se vestía, se secaba el pelo con una simple toalla aunque siempre le quedaba completamente mojado, tomaba un libro, una revista o su reproductor MP3, lo que se le antojara ese día y bajaba para llegar al Starbucks que se encontraba bajo su modesto apartamento para comprar un café para llevar.

Ese día, como no, había seguido la misma rutina.
Tras eso, llegó al metro. Estudiaba en un conservatorio, llegaría tarde, se había retrasado media hora en su rutina. Encontró asiento en el metro, y se sentó mientras profería un suspiro de agotamiento. Últimamente, nunca paraba. Tenía falta de sueño, aunque sabía ocultar demasiado bien sus ojeras que día tras día se hacían más profundas, al igual que su rostro marcado por el cansancio.
Ese día, había llevado su libro favorito para leer mientras viajaba en el metro. El Guardián Entre el Centeno, como no. Ese libro la ayudaría a evadirse del mundo, aunque casi se lo sabía de memoria. Era una de sus propiedades más antiguas y queridas, se lo había regalado su madre antes de morirse. Un detalle a destacar en ella, como no, era huérfana. Ni siquiera recordaba a su padre, y de su madre...tan solo tenía vagos recuerdos. Entre ellos se encontraba uno de los momentos más emotivos, escondido entre las páginas de ese libro.

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