viernes, 27 de junio de 2003

The Daughter of Nowhere

Título: The Daughter of Nowhere
Autora: Nessie Kenobi
Plot/Datos: Bandas, Green Day, Billie Joe Armstrong






1.






Se levantó, tarde, para no variar.

Tenía ya un buen puñado de mensajes en el teléfono, pero no se limitó a leer ni uno, total, ya sabía lo que le esperaba.

Se duchó, se vistió, volvió a acercarse a la cama, pero tan solo para besar los labios de su mujer a modo de despedida, seguramente no la volvería a ver hasta la noche, seguramente se pasaría todo el día con su banda, estrenando local de ensayo.

Cogió un libro, para matar las horas que le esperaban de viaje en el metro.
Las calles estaban mojadas, metió un pie en un charco.
Se le escapó una maldición, pero continuó andando. Ya iba bastante tarde como para detenerse por una simple mojadura en el pie derecho.
Bajó las escaleras y tomó el metro, como con monotonía, con redundancia.
Abrió el libro, ni siquiera había visto el cual era el que había tomado tan inconscientemente mientras terminaba de atarse los cordones de sus zapatillas negras.
Era El Guardián Entre el Centeno, su libro favorito, que comenzaba a saberse de memoria de tanto leerlo cuando no tenía nada que hacer, puesto que en las horas de viaje en las giras, siempre tomaba algunos libros para leer, o los compraba en el sitio en el que pararan. Pero ese libro, siempre lo llevaba consigo y lo leía al menos dos veces en toda una gira.
Se sentó e, inconscientemente, miró alrededor para encontrarse, sentado en el asiento que estaba enfrente al suyo a una chica que se encontraba leyendo el mismo libro que él, incluso era la misma edición, que era algo bastante difícil, ya que su libro era bastante viejo, mientras que hacía globos con el chicle que llevaba en la boca y retorcía un mechón de su cabello nerviosamente con el índice de su mano izquierda.
Decidió restarle importancia a ese mínimo hecho, pues últimamente era perfectamente consciente de que su mente viaja muy lejos de su cuerpo, de su lugar físico, por cualquier cosa, sin ninguna explicación, y decidió continuar con la lectura de ese libro que tan bien conocía, hasta que el metro llegó a su parada.

Bajó, prácticamente nadando entre la enorme cantidad de gente que había allí, pues tomar el metro en hora punta era casi como un suicidio, pero, sin embargo, allí estaba él, prácticamente nadando entre la muchedumbre para conseguir llegar a la hora a su puesto de trabajo, aunque sabía que ya iba, como no, con retraso, con su acostumbrado retraso. Afortunadamente, ya lo conocían, era la ventaja de llevar casi toda una vida trabajando con los mismos chicos, los que ya eran como hermanos para él, o incluso más que eso.

Llegó, se disculpó por tardar, aunque ya ni siquiera sabía por qué se molestaba en hacerlo, tal vez por educación, aunque entre ellos no tendría que haber ninguna clase de protocolo, o, simplemente, por mera costumbre de llevar haciendo lo mismo día tras día sin ningún cambio aparente.
Y a partir de ahí, tan solo se concentró en una cosa: su música. En esos momentos era cuando realmente sentía que su mente se encontraba muy, muy lejos de su cuerpo, ni siquiera era consciente de las cosas que paseaban por su mente, como si él tan solo fuera un intruso en una mente ajena. Y sin quererlo, se descubrió a si mismo pensando en aquella chica, en aquella particular y extraordinaria chica que había encontrado en el metro, que a pesar de que no había mediado ni una sola palabra con ella, ni una sola mirada, ni siquiera la había contemplado más de diez minutos, supo que era especial. Era tal vez como un presentimiento interno, tal vez era por su aspecto, puesto que la mayoría de las chicas como ella no solían vestir así, como estaba ella, tan concentrada en la lectura de su libro que, curiosamente, era igual al de él.

Recordó su cabello, negro, corto, rebelde, desordenado, pero a la vez, tan brillante, tan envidiable. Recordó sus pantalones negros, rotos, que acompañaba con unas zapatillas de color rojo, al igual que el abrigo que llevaba, en el que se acomodaba un poco más por momentos, tampoco es que el metro fuera demasiado caluroso precisamente, aunque a él le pareció que la temperatura era ideal. También llegó a su mente el rojo de sus labios, el azul de sus ojos, que aunque no había tenido el placer de tropezar con su mirada, le parecieron fantásticos, ávidos de curiosidad...le parecieron unos ojos en los que poder perderse...

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