sábado, 23 de junio de 2001

Whatsername.

5.






El amor siempre ha sido algo a lo que le he tenido verdadero miedo.
Siempre he temido a enamorarme, desde pequeña, casi desde que tengo conciencia. Sabía que todo lo que amaba tenía tendencia a desaparecer, a acabar roto, despedazado, echo añicos.
Por esta razón, siempre había sido solitaria en los temas sentimentales, y mis amigos eran contados con los dedos de una sola mano.
Por primera vez en mi vida, no tenía miedo a admitir que estaba enamorada, ni siquiera tenía miedo a enamorarme de él, porque me sentí capaz de cualquier cosa teniéndole cerca. Y sin darme cuenta, eso me asustaba mucho más que la primera opción.

Me llevó hasta mi casa, sobre las cuatro de la madrugada.
Hacía frío, me prestó su chaqueta, me inundó con su olor, su ya para mi inconfundible olor.
Me dió su número, yo le dí el mio, y me sentí extraña, una sensación que no había sentido nunca; cuando se despidió de mi, me besó de nuevo, aunque más brevemente.
Llevé el sabor de sus labios en los míos durante un largo rato, mientras abría la puerta de mi casa y mientras me tiraba en la cama de mi cuarto, dispuesta a soñar con él lo que me quedaba de noche, dispuesta a no sacarlo de mi cabeza.
En una sola noche, comenzaba a tocar lo obsesivo, lo delirante.
Me preocupaba, o más bien me asustaba, pero eso ya no me importaba, porque mi corazón estaba lleno de él y de nada más.
Atrás, muy atrás habían quedado mis "desilusiones" amorosas, muy atrás habían quedado ya mis dudas en tan poco tiempo. Ahora solo estaba segura de que quería estar con él todo el tiempo que tuviera, y el que no tuviera también.

Intenté dormir, pero no fui capaz. Las canciones del concierto volvieron a mi cabeza, como intentando no dejar de sonar nunca, como intentando volver a transmitirme todo lo que me habían transmitido esa misma noche, hacía apenas unas horas, el mismo tiempo en el que lo conocí. Tan solo hacía unas horas, pero para mí era casi como una vida entera.
Jamás lo había sentido a nadie tan cerca de mi corazón, tan debajo de mi piel.

Seguramente, quién lea esto, pensará que la idea de sentir eso me aterraba demasiado, ya que la mera idea de enamorarme me echaba a temblar.
Pero en este caso, me hizo sumamente feliz.
Porque era él, no otro cualquiera.
Porque sabía que él también me quería.
Porque sabía que no volvería a caer en el pozo en el que con tanta frecuencia me caía.

Dejaría de seguir a la sociedad, o de repudiarla, o de hacer lo que estaba haciendo antes, porque ahora lo tenía a él, y todo para mi, o al menos eso era lo que creía yo, estaba a punto de cambiar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario