miércoles, 26 de junio de 2002

Helena.

2.






El amor era algo nuevo para mí. Jamás había querido a alguien, al menos que no fuera de mi familia, o una mera relación de amistad, siempre se le acaba cogiendo cariño a alguien, nos guste o no. Pero esa clase de amor...era distinto.

Era algo obsesivo, algo corrosivo.
Pasaba las horas con él en mi cabeza.
Las clases ya no tenían sentido para mí, ni siquiera estudiaba.
Tan solo...pensaba en él.
Y sentía asco de mi misma por ese mero echo, porque todavía no sabía que enamorarse no era una desgracia ni una pesadilla, si no más bien, todo lo contrario.
Pero como ya dije, no lo sabría hasta un futuro, en esos momentos, lo único que hacía, era maldecirme a mi misma.

Estar en clase, andar por los pasillos...era como si estuviera metida en un sueño, no era consciente de nada, absolutamente de nada.

Tan ensimismada en mis pensamientos iba cierta vez...que me tropecé con él, haciendo que todos los libros que llevaba entre los brazos se desparramaran por el suelo. Nunca uso mochila dentro de el instituto, pero en esos momentos no supe si aceptarlo como una bendición o como una maldición.
Me agaché y comencé a recogerlos todos, mientras que mis mejillas se encendían.
Levanté la viste hacia el frente, y él estaba también agachado enfrente de mi, ayudándome a recoger los libros, mientras que mechones de pelo le caían sobre el rostro.
- ¿Estás bien? - me dijo en cuanto reparó en que le estaba mirando.
- Sí, no ha sido nada - sonrió.
- Bien, ten, tus libros.
- Gracias - esta vez le sonreí yo.
- ¿Como te llamas? - había comenzado a andar, y él, simplemente, había continuado andando a mi lado.
- Helena, pero todo el mundo me llama Hell, la verdad es que lo prefiero así.
- Qué nombre tan increíble - sentí como mis mejillas se volvían a encender.
- ¿Y tú? - sabía perfectamente como se llamaba, pero aún así, prefería que el ignorara que sabía más de él de lo que se creía.
- Gerard.
- Eres nuevo, ¿verdad?
- Sí, desde hace cosa de unas semanas.
- ¿De dónde vienes?
- De Nueva Jersey.

Continuamos hablando como si nos conociéramos de toda la vida, de cosas que realmente no tenían ninguna importancia, pero que hacían que yo me sintiera de la mejor forma posible.

Llegué delante de la puerta de clase y entré con él.
Nos sentamos, él a mi lado.
Empezó la clase.
Y al cabo de un rato, una nota llegó a mi mesa.

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