domingo, 23 de junio de 2002

Helena.

5.






Llegaron las cinco.
A las cuatro y media exactamente yo ya estaba delante de la puerta del instituto, la desesperación podía conmigo, por mucho que quisiera negarlo, por mucho que quisiera hacerme la dura, la impenetrable. En el fondo, me estaba ablandando como nunca lo había echo, y me estaba volviendo demasiado frágil para ser yo misma.

Una ráfaga de viento pasó por delante de mí, haciendo que me estremeciera y me abrazara contra mi chaqueta de cuero. Era demasiado frío el tiempo que se presentaba ese día para la época del año en la que estábamos, aunque eso me gustaba. No había nada mejor que un día nublado, casi lluvioso, frío. Era, sencillamente, fantástico.

Apagué el segundo cigarrillo desde el momento en el que me aposté en la puerta del instituto, lo pisé con mi bota para apagarlo y lo mandé de un puntapié al charco más cercano que encontré.
Y entonces, apareció.

Llevaba una cazadora de cuero, como yo, solo que el llevaba la capucha de la cazadora sobre su cabeza, que le quedaba increíblemente bien. Llevaba el iPod encendido, tal vez escuchando The Misfits, grupo que me había confesado idolatrar, o tal vez Black Flag, mientras que miraba hacia el suelo.
En cuánto llegó, me sonrió y apagó el reproductor, mientras que con gesto me indicaba que anduviese junto a él.

- ¿He tardado mucho?
- No...en absoluto, solo que a mi me sobraba algo de tiempo y decidí esperarte un poco antes. Solo a mí se me ocurre ir a la peluquería en un día como este – dije, mientras cerraba mi paraguas rojo, haciendo que se vieran mejor las mechas rojas que me había echo ese día en la peluquería una media hora antes de apostarme frente al instituto.
- Te queda bien – sonrió él, a lo que respondí sonrojándome ligeramente.

Paseamos por toda la ciudad, sin rumbo aparente, como si no tuviéramos absolutamente nada que hacer. Finalmente, paramos en una de las cafeterías más concurridas de la ciudad, que por suerte, en esos momentos, estaba casi vacía. Pedimos dos cafés, mientras que seguíamos hablando.
Dispusimos un tema central: la música.

Me contó que tenía una banda con los otros cuatro chicos que acostumbraban a estar con él en el colegio, que todavía no eran demasiado conocidos pero que esperaban terminar con eso pronto, que estaban mejor que nunca, tocaban con más ganas de las que nunca habían tenido.
- Es genial que tengas un grupo.
Él sonrió, con esa sonrisa tan única que tenía.
- Podrías venir a un ensayo, solo si quieres, claro.
- ¿En serio?
- Por supuesto, cuando quieras.
- ¡Me encantaría!
- ¿Mañana te viene bien?
- Perfecto.
- Si me dejas, iré a buscarte a casa, solo si quieres, vamos.
- Claro, me parece genial. Aunque..me gustaría pedirte un pequeño favor.
- Por supuesto, dime.
- ¿Me dejarías llevar a una amiga?
- Claro, siempre y cuando solo sea una, tampoco quiero llenar el local de gente, como podrás comprender.
- Claro...tan solo es mi mejor amiga.

Entonces fue cuando le conté con todo detalle lo que Sam sentía por Frank. Me escuchó en silencio, con la sorpresa dibujada en su rostro, y, finalmente, dijo que sí, que lo mejor sería propiciar un encuentro entre ambos, que Frank estaba muy solo, y que había visto a Sam en un par de ocasiones y le parecía una chica fantástica para él.

Ambos sonreímos.
Algo estaba empezando a nacer entre ambos, algo que no sabía describir, algo que no sabía explicar. Pero que sin duda, estaba empezando a volverme más loca que antes. Loca de amor.

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