17.
Irlanda
siempre le había parecido un lugar casi místico.
A
decir verdad, esperaba ir a un lugar más lejano a su hogar, pero ya
el simple hecho de salir de Teignmouth elevaba el espíritu de Matt
Bellamy a un nivel próximo al nirvana. Y de hecho, Irlanda siempre
había sido un sitio que había querido visitar. Era como estar fuera
de casa pero con la omnipresente sensación de solo haber andado unos
pasos más allá de ese pueblo de mala muerte en el que vivían. Lo
encontraba divertido, como una manera de “aclimatarse al cambio”.
Callejeaba
por Dublín sin cansarse jamás; le parecía una ciudad refulgente,
brillante, nueva, incluso exótica por momentos. Vaciaba su mente
como nunca antes lo había conseguido y se sentía estúpidamente
feliz; había incluso compuesto unas quince canciones en menos de dos
días, y por primera vez en su vida, todas le gustaban. Comenzaba a
sentirse realmente orgulloso de su trabajo, de su banda y de quién
era él mismo, y la verdad es que, de todo lo que le había sucedido
hasta ese momento, eso era lo mejor con mucha diferencia.
- Y
bien, ¿qué os parece Irlanda? - preguntó Gregory Jones mientras se
sentaban en la mesa a la hora de comer. Habían concertado una comida
en un caro restaurante del centro de la ciudad, y aunque ninguno de
los tres chicos se sentía cómodo en un sitio como ese, tampoco
encontraron educado negarse a quedar con el que ahora gobernada sus
vidas artísticas.
- Es
un sitio maravilloso – Matt no pudo evitar impregnar su opinión de
lo que realmente sentía cada vez que ponía un pie en esas calles
que para el representaban la pura libertad.
- Me
alegro de oír eso. Y veremos como es el público, ya que mañana por
la noche tendréis vuestro primero concierto fuera de Reino Unido –
añadió con una sonrisa. - Así que espero que esta noche descanséis
bien para rendir al máximo mañana.
La
atmósfera de felicidad lo inundaba todo. Si esta tuviera un color, y
ese color fuese el blanco, la vida de Matt en esos momentos sería
del más blanco de los blancos, con excepción de una mancha
grisácea, que era lo que Dominic Howard representaba en su cabeza,
aunque no sabía si para bien o para mal.
¿Qué
cuál era el verdadero problema de todo lo que sentía?
Por
mucho que fuera el modo de vida de algunas – bastantes - personas,
Matt seguía sin encontrar ético del todo que le gustase alguien de
su mismo sexo. No tenía nada en contra de la homosexualidad, pero sí
que tenía algo en contra de serlo él mismo, además de que sabía
que eso requería un valor del que él carecía. Por otro lado,
estaba el hecho de que perdería a su mejor amigo si decidía
confesar lo que sentía, pues Matt ignoraba totalmente el hecho de
que Dom sentía lo mismo que él: de hecho, ni aunque fuera lo más
evidente del mundo, Matt no se percataría, pues era de esa clase de
persona que tiene el convencimiento de que no podría llamar la
atención de nadie ni queriéndolo.
**
Aquella
noche tuvieron el concierto, el tan temido concierto. Al contrario de
lo que todos ellos esperaban, fue el mejor que habían dado hasta la
fecha. Matt bajó del escenario sonriente mientras un público
enloquecido seguía pidiendo una canción tras otra. Cerró los ojos
queriendo guardar ese sonido para siempre.
¿En
qué momento todos mis sueños se han hecho realidad?
Era incapaz de no pensar en esto una y otra vez.
No
todos.
...pero
su subconsciente rápido borraba esa sensación de felicidad de su
ser. Seguía estando Dom ahí, y eso era algo imposible de olvidar:
ni a golpes se lo podría sacar de la cabeza.
Y
entonces fue cuando, en el bar al que fueron tras el show, decidió
que se buscaría una novia, alguien a quien llevarse de gira y darle
todo el amor que su cuerpo entero creía que le correspondía a Dom.
Anna
estaba apoyada en la barra del bar. A Matt le resultó imposible no
fijarse en ella, en sus largas y delgadas piernas, en su pelo
castaño, en sus ojos verdes. Antes incluso de hablar con ella, sabía
que era italiana, lo cual llamaba todavía más su atención, pues su
amor irracional por Italia existía incluso antes de él tener
recuerdos. Al verla, se dio cuenta de que era ella, ella era la que
estaba buscando. Tal vez demasiado para él, pero perfecta al fin y
al cabo. Y con unas cuantas copas encima, Matt se sentía capaz de
cualquier cosa en este mundo.
Dom
intentaba ser disimulado, pero cada minuto que pasaba se le estaba
haciendo más y más difícil no mirar fijamente a Matt, charlando
con esa chica, compartiendo risas, soltando alguna que otra palabra
en un italiano mal pronunciado mientras ella lo miraba con el amor de
alguien que sabe que está predestinado a querer. Dominic Howard ni
siquiera la conocía, pero ya la odiaba con todo su ser. Bebía y
trataba de olvidar la realidad, pero cuanto más lo intentaba, más
presente estaba. Era consciente de la cercanía entre ellos dos al
igual que era consciente de lo borracho que estaba. De lo que no era
consciente era de que se estaba levantando, y, que cuando quiso darse
cuenta, estaba en el suelo.
El
siguiente recuerdo de Dom es estar en cama, sintiendo una mano cálida
sobre la frente. Alguien le había quitado los zapatos y lo había
tapado, y Dom creía estar en el mismo cielo hasta que, como una
pesadilla recurrente, la imagen de Matt con aquella mujer volvió a
su mente. Entonces se dio cuenta de que tenía que volver a ese bar y
gritarle a Matt que no se podía ir con nadie que no se llamase
Dominic Howard, es decir, con nadie que no fuese él mismo. Abrió
los ojos incorporándose abruptamente, recibiendo a cambio un breve
pero intenso mareo.
-
Acuéstate, vas a acabar vomitando.
En
ese momento dirigió la vista a la esquina de la que había llegado
el sonido. Y allí estaba él. A pesar de estar conociendo a la mujer
probablemente más maravillosa del mundo para él, lo había dejado
todo para estar junto a su mejor amigo. Dom se dejó caer de nuevo en
cama, y no pudo ocultar una ligera sonrisa.
- Te
quiero, Matt.
-
Anda, descansa, estás borracho.
Sin
embargo, esta vez fue Matt quien sonrió.
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